domingo, 29 de julio de 2018

Romance inesperado (Parte 2)




Cuando desperté, contemplé el bello y majestuoso cuerpo desnudo de Maria, que se encontraba dormida profundamente con su cabeza apoyada en mi pecho. No pude evitar sonreír como un niño entusiasmado y nervioso.

Aún recuerdo esa sensación de bienestar mientras el corazón me latía con fuerza.
El reloj comenzó a sonar y lo apagué viendo que Maria no estaba por la labor de levantarse. La aparté de mi pecho y la posé suavemente a mi lado. Seguidamente, la besé con ternura para que despertara. Abrió los ojos y sonrió, pero pronto cambió.

- Buenos días… [Dijo con cierto tono de sorpresa].

- Buenos días cariño ¿Te ocurre algo?

- No, tranquilo. Es que se me ha hecho un poco raro verte aquí en mi cama.

- Te comprendo. Por cierto, el reloj te ha sonado ¿Has quedado con alguien?

- Si. He quedado con mi amiga Claudia para desayunar. Voy a arreglarme, después nos vemos ¿De acuerdo? [Preguntó mientras entraba en el baño].

- De acuerdo. [Contesté mientras me vestía].

Cuando me disponía a salir de la habitación, alguien llamó a la puerta.

- Maria, ábreme por favor. Soy Mario. [Dijo tras la puerta].

No quería arriesgarme a que algún conocido suyo me viera en su cuarto, por lo que fui a avisar a Maria.

Cuando entre en el baño la encontré recién salida de la ducha, cubierta por una fina toalla.

- Pedro ¿Qué demonios haces? ¿No te ibas ya? [Preguntó un tanto seria].

- Iba a hacerlo, pero en la puerta hay un tal Mario ¿Es tu expareja?

Su cara pasó de enfado a sorpresa. Salió rápidamente del baño y se acercó a la puerta.

- ¿Estás ahí Maria?

- Si. Un segundo.

Maria corrió hacia mí, me agarró del brazo y me metió dentro del baño.

-Por favor Pedro. No hagas ningún ruido. [Dijo saliendo del baño y cerrando la puerta tras de si].

Pude escuchar como se abría la puerta y entraba Mario.

- ¿Qué estas haciendo aquí? [Preguntó Maria en un tono muy serio].

- Se que querías que nos tomáramos un tiempo, pero te necesito.

- Mario, por favor, este no es un buen momento.

- Quiero saber quien es él. [Dijo Mario de manera tajante].

- ¿Cómo que quien es él? ¿Qué insinúas? [Preguntó Maria alzando la voz].

- A juzgar por la marca de tu cuello lo has pasado muy bien.

Tras esa frase, el silencio se hizo en la habitación. Tras unos instantes oí un fuerte portazo, lo que me indicaba que Mario por fin se había marchado.

Abrí un poco la puerta y vi a Maria sentada en la cama mirando el suelo. Me acerqué a ella y pude comprobar que estaba llorando. Me senté a su lado y la abracé suavemente.

-Necesito estar sola Pedro. [Dijo separar la vista del suelo].

- Te comprendo. Si necesitas algo ya sabes donde encontrarme. [Dije levantándome de la cama].

Tras dar el primer paso, noté que Maria me agarraba la mano con fuerza.

- Olvida lo que te acabo de decir Pedro. En este momento te necesito más que nunca. [Dijo tirando de mí hacia ella].

Comenzamos a besarnos con pasión mientras nos íbamos quitando la ropa poco a poco y nuestras manos serpenteaban en busca del placer del otro.

-¿No habías quedado con tu amiga?

- Dentro de una hora.

La tumbe en la cama y la bese. Nuestros labios estaban unidos y nuestras lenguas jugueteaban en su interior.

Poco a poco mi boca fue descendiendo.

Mi primera parada fue su cuello, el cual emanaba un intenso olor a canela que me volvía loco.
Aun recuerdo mirarla a los ojos en ese momento. Sus pupilas dilatadas y el pulso acelerado.


Comencé a bajar más mientras ella cerraba los ojos y se dejaba llevar.

Mi segunda parada fue su pecho, del cual, no deje ni un milímetro libre que mi boca no explorara.

Normalmente me hubiera detenido ahí, pero mis labios necesitaban visitar todo su cuerpo.

Deslicé mis manos suavemente y la agarré con firmeza de la cintura. Cada movimiento me sentía más aferrado a ella.

Recuerdo ese momento. Nuestros cuerpos húmedos, la respiración entrecortada y el pulso acelerado.

Por un lado sabíamos que no debíamos, pero por otro era algo que no podíamos evitar. Era una atracción demasiado intensa.

Caímos rendidos. Ella apoyó su cabeza en mi pecho y me abrazó.

Ese fin de semana Maria me había calado muy hondo. Estaba completamente loco por ella.

Mario, por suerte, no dio señales de vida después de aquello.

Llegó el lunes y yo no hacia más que pensar en el fin de semana que había pasado, a pesar de que tenía que concentrarme en mis estudios, ya que solo tenia esa semana antes de empezar los exámenes.

Ese día fue poco interesante, ya que tan solo estuve repasando materia para los exámenes y no tenía clase con Maria, por lo tanto, no hay nada que contar.

Al día siguiente, más animado, fui a clase. He de admitir que estaba algo nervioso. Después de lo ocurrido no sabía como disimular.

La clase con Maria comenzó y transcurrió como siempre, salvo por un pequeño detalle. Cada vez que me miraba su rostro se volvía serio y cuando terminó la explicación no mejoró mucho.

- ¿Va todo bien María? [Pregunté mientras recogía mis cosas].

- Si. ¿Es que no tienes clase? [Preguntó sin levantar la vista de su libro].

- Pensaba que después de todo lo ocurrido nos llevaríamos mucho mejor. ¿Puedo saber que te he hecho?

- Pedro, lo que pasó allí fue un error. No quiero que vuelvas a hablar de eso. ¿Creías que me iba a enamorar de ti? No seas ingenuo. Solo eres un crío. [Dijo seriamente mirándome a los ojos].

No pude evitar quedarme atónito ante sus palabras. Cada una era una punzada más en mi pecho.

Tras unos segundos asimilando sus palabras, me levanté y me marché de clase.

Durante toda esa semana no nos dirigimos la palabra ni una sola vez hasta que Lucía, compañera de Maria que impartía la misma asignatura, me contó lo que ocurría.

- ¿Has hablado ya con Maria?

- Hace una semana que no nos hablamos. Es una larga historia.

- Lo se. Me dijo que lo sentía mucho y que te diera esto [Dijo sacando un sobre de su bolso]. Se marcha de este instituto. Se va a otro centro fuera de la ciudad.

Abrí el sobre que contenía una carta. Todavía recuerdo sus palabras.

"Pedro, siento todo lo que te dije aquel día.
No sabía como decirte que tenía plaza en otro centro fuera de la ciudad y me marchaba para siempre. Me va a resultar duro estar lejos de ti, pero es lo que tengo que hacer. Espero que lo entiendas.
Quiero que sepas que nadie me ha llenado como tu. Jamás me habían tratado así y me habían hecho sentir tan bien. Te recordaré el resto de mis días.
Confío en que algún día nuestros caminos se crucen"
.

Noté como las lagrimas recorrían mi rostro y rápidamente corrí hacia la calle. Tenía la ingenua esperanza de que ella estuviera en la entrada esperándome.

Abrí la puerta y salí a la calle, pero fue inútil. Miré en los aparcamientos por si estaba su coche aparcado, pero no hubo suerte.

Me senté en la acera y, mirando el asfalto, comencé a pensar en todo. La primera vez que la vi, nuestras conversaciones, sus labios, su piel.

Cuando me disponía a levantarme todo se volvió oscuro. Noté que unas manos me tapaban los ojos y tras unos instantes supe de quien se trataba, gracias a ese intenso y atrayente olor a canela.

© Pedro Ibáñez Béjar

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